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Wikiproyecto:Userboxes/Manual

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                           UNIVERSIDAD REGIONAL AUTONOMA DE LOS ANDES
                                 IDIOMATICA Y ORATORIA JURIDICA

ALUMNO: GUSTAVO PICO

TUTOR: SEBASTIÁN VALDIVIESO GONZALEZ


                               ENSAYO DE LA OBRA “LA HOGUERA BÁRBARA”

Es una obra que se pone al descubierto la verdad sobre ese brutal magnicidio que sufrió Eloy Alfaro. Creo que es justo y necesario que el pueblo, que no tiene acceso a la cultura y que por ello ignora los hechos históricos trascendentales, se le haga conocer estas verdades. Por ello vamos a transcribir los momentos culminantes de la inmolación de Alfaro y sus Generales, crimen en el que estuvo involucrado directamente el general Leonidas Plaza Gutiérrez, con la complicidad de “notables” como el Arzobispo Gonzáles Suárez, el que, como Jefe de la Iglesia Ecuatoriana, con su sola presencia, pudo haber evitado la masacre. . El coronel Carlos Andrade, que acompañó a Eloy Alfaro en su viaje final desde Guayaquil, narra así la llegada a Quito: “Al amanecer, después de una noche horriblemente fría, llegamos a Tambillo. El Gobierno ordenaba el avance a Quito…La tropa del ‘Marañón’ nos inspiraba serios temores, y era imposible demorar en Tambillo, ni retroceder, razón por la cual el coronel Sierra recibió autorización para continuar… Ya en el tren, el general don Eloy llamó al citado coronel y a mí y nos dijo textualmente: “A mí me gusta preverlo todo: entiendo que en la estación de Chimbacalle (Quito) nos espera una poblada, y yo quisiera que ustedes enviaran adelante una comisión para que se entienda con la multitud, manifestando que me resigno a ir al panóptico, a esperar el resultado de un juicio, o lo que sea. Si acaso no convienen, que me permitan hablarles, y les convenceré de que estoy resuelto a irme al panóptico, y en último caso les diré que me perdonen. No quiero que me vengan a agarrar de las orejas o de la barba, ni ser ultrajado de cualquier otro modo”. “El coronel Sierra y yo le dijimos que no tuviera cuidado, que ya estaban tomadas las medidas… Se resignó el General y no volvió a decirnos una palabra. Por lo demás, su actitud durante el viaje fue de completa serenidad y de una resignación imponderable. Ni un reclamo, ni una queja… Ya cerca del lugar en que debía parar el tren para que los prisioneros fueran trasladados a un automóvil, según lo convenido, el general don Eloy recomendó al mayor Alberto Albán, quien iba al frente de su asiento, el cuidado de dos maletitas de ropa interior, para que las mandara después al panóptico…Entonces los generales bajaron del tren y subieron al automóvil, con absoluta serenidad. Yo pedí un caballo para acompañarlos; y como no hubiera, el coronel Sierra me indicó que fuese en el automóvil. No hago comentarios sobre tal indicación, que quizá pudo ser inspirada por buenos fines, pero ya mi compañía, en esas condiciones, de ninguna utilidad podría ser para los prisioneros; y les vi partir sin imaginarme que me despedía de ellos para siempre…” Alfredo Pareja sigue la narración de este modo: “Empezó la procesión. Piedras curvando el aire lleno de insultos. Una tocó la mejilla de Páez. Disparos de fusil. Don Eloy advirtió la palidez de sus camaradas. Medardo, medio paralítico, tenía un temblor extraño. -¿Tiene miedo a la muerte?- preguntó despacito Don Eloy- Ningún Alfaro ha temido nunca al peligro. Sigamos al sacrificio. Frente a frente, la fortaleza de piedra. Descendieron del automóvil. Don Eloy, arrastrando los pies, dificultado en su marcha por los anchos escalones, tropezó y cayó. Le dieron el brazo y siguió trepando.- Se cerraron luego las puertas del panóptico. El coronel Sierra se dirigió a la multitud: “-Yo ya cumplí con mi deber. Y aquel soldado oscuro se marchó” “Cómo obró el notable historiador y prelado, Federico González Suárez, arzobispo de Quito? Simplemente, por no desoír las solicitudes de doña Colombia y del General Plaza (una del general Andrade nunca llegó a su destino), hizo circular ese pavoroso 28 de enero una candorosa y pequeña hoja suelta con el título de SUPLICA: “Ruego y suplico encarecidamente a todos los moradores de esta católica ciudad, que se abstengan de hacer con los presos demostración alguna hostil: condúzcanse para con ellos con sentimiento de caridad cristiana. Lo ruego, lo suplico, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”. Bien poco era, por cierto, para quien mucho hubiera podido en población tan religiosa como era entonces la de la ciudad capital. ¿Temió el ilustre prelado a la multitud y a las maniobras del gobierno? He aquí la respuesta al general Leonidas Plaza: “Ayer a las siete de la mañana, recibí su telegrama. Estaba escribiendo la constatación cuando aconteció la acometida del pueblo al panóptico: así que los presos entraron al panóptico creí que se había salvado la vida de ellos. No es posible que usted pueda siquiera imaginar la escena de ayer; lo menos cinco mil personas, a quienes nadie podía contener. La fuerza militar fue arrollada”.- “En salvo. Era increíble. Don Eloy se estaba llenado de paz interior. ¿Qué le importaba ya el poder? Vivir, si, un poco más, para ver a los hijos y dar consuelo a doña Anita. Cuanto silencio en la piedra. El frío le entró a los huesos. Apoyado contra el muro, se frotó las manos, dio vuelta a la cabeza y luego llamó: quería un cajoncito para sentarse”. “De repente, como un estallido, gritos y carreras surcaron por los corredores. Las escaleras de hierro sonaron enmohecidas. Tiros de fusil se ahogaron entre las paredes grises. Don Eloy no lo quiso creer. Corrían, se empujaban, ola en furia, reventazón en los acantilados… ¡No! No lo creía. Se acercaban. ¿A qué? No distinguía palabras; eran nudos de garganta desatados los que trepaban a su celda. Y así estaba, recogido, los nervios finos por saber, cuando su puerta se abrió de un golpe. El se incorporó tieso y veraz: ¡Silencio! ¿Qué quieren de mí? - Un tiro en la cabeza le hizo caer suavemente, como un desvanecer de piel y huesos. Sus brazos delgados se posaron en el pequeño cajón de madera y allí, sin una seña, reposó. Era la primera y última herida que recibía el Viejo Luchador en más de cuatro decenas de constantes batallas”. La Hoguera Bárbara es el título de un ensayo biográfico de don Eloy Alfaro, escrito por Alfredo Pareja Diezcanseco, para referirse, especialmente, al epílogo de la vida del Viejo Luchador, es decir al 28 de enero de 1912. En esta fecha Alfaro y sus lugartenientes fueron asesinados. Alfaro capta el poder el 5 de junio de 1895 y gobierna los períodos: de 1895 a 1901 y de 1906 a 1911, con interregnos como el de Leonidas Plaza Gutiérrez, Leonidas García y Emilio Estrada. A la muerte de Emilio Estrada se desata una cruenta guerra civil. Se suceden los combates de Huigra, Naranjito y Yaguachi. Se irrespeta la capitulación de Durán. Es aprehendido Alfaro y sus lugartenientes. En el mismo tren que construyera el Viejo Luchador es conducido a la Capital y son internados en el Penal García Moreno. Los logros del liberalismo liderado por el General Eloy Alfaro son: libertad deexpresión y de cultos, laicismo como pauta de acción estatal y democratización de la cultura, especialmente la organización del Magisterio Nacional con la creación de los colegios normales en el País. Estos son los principios institucionalizados por el liberalismo en la formación social ecuatoriana. En el orden material la obra del Viejo Luchador es gigantesca: unió mediante el ferrocarril a la Capital con la Costa, inició otros ferrocarriles que querían llevar la prosperidad a regiones abandonadas, mejoró las vías y embelleció ciudades, construyó edificios y palacios, fomentó la industria y el comercio, mejoró las rentas públicas y restableció el crédito en una coyuntura de prosperidad económico que coincide con el boom cacaotero, en la que se capitalizó 250 millones de dólares por la exportación del cacao, de 1900 1920. El 28 de Enero de 1912 las celdas del penal García Moreno son asaltadas por la guardia del Panóptico; seis cuerpos exánimes, desnudos y sangrantes fueron arrastrados por el tosco empedrado del sombrío Panóptico. Luego amarrados con sogas y arrojados a la calle para el “arrastre”. Presidían esta procesión macabra matarifes, prostitutas, viudas de soldados, frailes, cocheros y muchachos. Los autores intelectuales: fanáticos clericales y liberales tránsfugas. Trágico epílogo que duró parte de la tarde, pasó por el Palacio de Gobierno hasta el Ejido. Allí los mutilados y sangrantes cuerpos fueron incinerados. Es la Hoguera Bárbara, las piras en las que quemaron el cuerpo enjuto y pequeño del Viejo Revolucionario y de sus conmilotones. “La incineración del cráneo pensador, ha dado siempre más fuerza y brillantez al pensamiento que se albergaba en la cabeza carbonizada” sostiene el insigne José Peralta. Es el disciplinamiento y la normalización social según el filósofo Foucault Es el rescate del statu quo heredado de la Colonia.

                             Los acontecimientos de la hoguera bárbara

Durante el segundo período de gobierno, el alfarismo fue perdiendo apoyo. Muchos de sus antiguos partidarios se unieron a la tendencia placista aliada de los terratenientes. A ello se sumó la pérdida de poder de Alfaro en el ejército y el deterioro propio de la vejez. Cuando su segundo período presidencial terminaba, Alfaro escogió como candidato al empresario guayaquileño Emilio Estrada, quien triunfó ampliamente en las elecciones presidenciales. Al enterarse Alfaro de que Estrada tenía una enfermedad cardíaca grave, intentó destituirlo legalmente para evitar una disputa por su sucesión. Los seguidores de Estrada dieron un golpe de Estado y Alfaro salió del país. A los pocos meses de iniciar su mandato, Estrada murió y, como Alfaro había previsto, diversas facciones liberales empezaron a disputarse el poder. Alfaro volvió al país para intentar negociar un acuerdo, pero una sangrienta guerra civil se había apoderado del país. Por un lado, estaban los liberales más radicales, que se habían alzado en Esmeraldas y Guayaquil y, por el otro, fuerzas comandadas por Leónidas Plaza y Julio Andrade, que representaban al gobierno. Ante la contundencia de los ejércitos gobiernistas, los alfaristas llegaron a un acuerdo por el cual se respetaba su libertad y se rindieron. A pesar de ello, Alfaro y sus compañeros fueron encarcelados y traídos a Quito, donde una multitud, azuzada por clérigos y enemigos de Alfaro, los asesinó y arrastró por las calles hasta El Ejido, donde se los incineró. ¿Cómo el líder histórico de la Revolución Liberal pudo caer asesinado de forma tan brutal? Mucho se ha especulado sobre lo que sucedió, pero distintas circunstancias pesaron para que Alfaro se quedase solo. Sus intentos fallidos de reforma estructural -que comprendían el desarrollo industrial, la organización obrera y la superación de relaciones serviles- alarmaron a las élites liberales y conservadoras, que pronto le quitaron su apoyo. Al mismo tiempo, el corto alcance de las reformas, que prácticamente se limitaron a la secularización del Estado, llenaron de frustración a las masas ávidas de cambios drásticos.